Piropos

Si bien para el levante tuve que remarla siempre, siempre, jamás me han faltado los piropos. Jamás. Desde que mido un metro setenta y dos y peso más de setenta kilos, cosa que pasó más o menos a los doce años, he recibido galanterías de parte de la comunidad masculina ya sea jóvenes, caballeros bien plantados o viejos verdes. Supongo que esto nos pasará a todas y yo lo agradezco especialmente, porque estas frases, ya sean poéticas o corteses, grasas u obscenas,  me han salvado de la muerte por sobredosis de salame más de una vez. Lo piropos me la suben (Gracias Seel).
Me han dicho frases de los más diversas, las típicas que involucran cosas que se ponen y se chupan, han alabado mis pechos, mi boca (tremenda jeta), mis muslos voluptuosos. Muchas veces han elogiado mi condición de gorda, pues parece que tanta carne atrae a más de uno. Me han dicho cosas en la calle, en el transporte público, en la escuela, en los boliches (muchos años atrás).
Haciendo un estudio sobre la frecuencia de los piropos, he notado que me dicen más cosas en verano que en invierno, de día que de noche; y si estoy usando alguna prenda de colores vibrantes, verde manzana, naranja, fucsia, los piropos aumentan en un treinta por ciento. Les dejo la inquietud a los muchachos del CONICET.
Con respecto al valor estético de los piropos, las metáforas son de lo más variadas y de un vuelo envidiable. Pero de todos me quedo con el aquel que me gritó "Cómo me quedaría a vivir en ese culo". Claro, si subdividís mi culo te entra un dúplex.
Todo esto va a que, esta mañana, mientras hacía mi caminata diaria, una muchacho, que por cierto estaba bastante bien, me dijo "Qué hermosos ojos" ¿? ¿Ojos? ¿Hermosos ojos? El tipo me desorientó. Nunca me habían dicho nada de mis ojos, que no son particularmente hermosos. No sé cómo hizo, pero estoy segura que el muchacho pudo ver mi alma. Y me alegró el día.

Feliz viernes para todos y que reciban muchos piropos.