Escribo para no llorar

Sí, sí, les voy a cantar un tango.
Estamos de vacaciones todavía. Desde el 13 de enero y no sabemos hasta cuándo. Finalmente, después de un sinfín de trastornos y peripecias, ayer, cuando emprendimos el retorno a Mendoza, a solo 100 km de Mar del Plata, se fundió el motor del auto.Se sopló  la tapa. Así se dice.
Pero empecemos por el principio. El viaje de ida fue bastante tranquilo, si pasamos por alto que la niña de un año y medio gritó doce horas seguidas. Hicimos escala en la casa de uno tíos en Coronel Brandsen y el lunes 16, tempranito, partimos hacia el mar. Dos horas antes de llegar, la nena vomitó todo el auto, se descompuso, lloró y la pasamos muy mal hasta llegar (sobre todo ella, mi amor).
Cuando llegamos yo lloré de la emoción, eso estuvo bueno.
La casa que alquilamos no era lo esperado, pero, bueno, era barata y todo funcionaba correctamente. Hasta las siete de la tarde que tuvimos que salir a buscar un electricista porque nos quedamos sin luz. Cuando volvió la luz, la niña agarró la linterna y se le cayó en el pie y se lastimó el dedo gordo y lloró y le salió mucha sangre.
Dos días después se rompió el auto por  primera vez, lo llevamos a un taller que lo arregló y nos cobró el 25% de nuestro presupuesto de vaciones. Al día siguiente, se rompió otra vez, de otra cosa y el arreglo se llevó otro 25% del dinero. Quiero decir que mi santo marido estuvo las primeras dos semanas de sus vaciones arreglando el auto, llevándolo de un taller al otro, comprando repuestos, gastando mucha plata para que el auto funcionara perfectamente y no tuviésemos problemas durante el viaje.
En medio de todo esto, mi marido se quemó demasiado con el sol y tuvo una reacción alérgica al gel hidratante que le puse. Eso significó no ir más a la playa por unos días. 
Cuando él se repuso un poco y con la indicación de no estar más al sol, cargamos todo para ir al mar y se largó la lluvia. Fuimos a pasear en el auto por la ciudad al ritmo de un constante "mamimamimamimamimamimamimaimamimamimamimami"  que mi hija puede decir casi sin respirar durante horas. 
Ah, en el medio yo me indispuse y mi niño se estriñó y tuvo dolor de panza, pero son datos menores.
La frase del verano fue "Estoy harto de ponerle onda. Quiero que las cosas sean lo que son y esto es una mierda". La dijo mi marido cuando, finalmente, fuimos a una playa que estaba llena de gente y de escarabajos (juro por el dios del amor que salían millones de escarabajos de la arena y caminaban por encima de la gente).
El lunes nos quedamos todo el día en la casa de dos por dos. El martes salimos a andar por la ciudad porque llovía. En un semáforo un chico nos ofreció limpiarnos los vidrio y cuando le quisimos pagar no teníamos una moneda (ni un billete) y el chico se enojó. Tres cuadras más allá se cortó el cable del acelerador. Lo llamamos "la maldición del limpiavidrios". Otro día más sin ir a la playa. Otro taller que se queda con parte de nuestras vaciones.
El jueves decidimos volvernos cuatro días antes por pobres. Mi marido llevó al niño a un último día de playa y yo me quedé en la casita con la nena porque tenía mucho moco y tos.
Felices, el viernes, salimos hacia Mendoza por la ruta dos. Hicimos cien kilómetros hasta General Pirán y el auto se paró. Se paró sin más. Con el envión pudimos estacionar en una banquina con sombra. Ahí estuvimos durante seis horas hasta que llegó el tío de mi marido con la grúa.
Ahora estamos en Brandsen, en la casa de los tío que nos salvaron la vida. El auto está en el taller en coma. Todavía no sabemos bien cuánto tiempo va a tardar el arreglo. Ni cuánto dinero.
Mientras tanto usamos el wi fi del tío para ahogar nuestras penas.